El Cuendú
Una vez instalado mi cuendú en el zoológico, fue ubicado en un ambiente
más acorde a su hábitat. Me puse feliz, sabía que sufriría menos su estado de
domesticidad. Iba a visitarlo seguidamente, y sé que él sabía que yo estaba
cerca. Lo asombroso era con qué
facilidad parecía adaptarse a este nuevo lugar, pero seguía manteniendo esa
actitud de penitencia.
Un día, Onelli me comentó unos cambios que
habían sucedido en mi extraña criatura; cuando yo iba a visitarlo, estaba manso
y tranquilo, y cuando no, comenzaba a lanzar sus púas de forma incontrolable. Era
preocupante, ya que no sólo mostraba un cambio de ánimo sino que se convertía
en una amenaza letal. Entonces me pregunté si sería ésa su forma de hacerme
entender que yo era la única persona con la que quería estar.
Decidí no verlo por un tiempo, pero me
mantuve en contacto con Oneill. La situación era cada vez peor. Había sucedido
lo inevitable; sus púas volaban descontroladamente y podían herir a personas y a animales. Esto
haría que tarde o temprano se lo llevaran de ahí.
Quizás yo sería la única persona que podía controlarlo,
volví, y al verme, vi en su mirada otra vez esa dulzura que me había conmovido,
lentamente me acerqué y él tomó mi mano, llevó mis dedos a su boca y se lo veía
tranquilo, seguro. Todo parecía tener
sentido. Los dos nos conectábamos.
De repente, sentí un inmenso dolor en mi
pecho, cuando logré ver una de sus enormes púas clavada en mi piel. Sentí que
moría, pero algo sucedió; me fui de a poco transformando en un cuendú, y
entendí que eso era todo lo que quería de mí ese animal monstruoso en el que yo
ahora me había convertido.